Si hay alguna palabra que pueda definir a la ciudad de Londres esa es
style. Y, para ser más concreta,
old style. Todo en la capital británica rezuma estilo, un estilo antiguo, en cierto modo decadente y en buen grado encantador.
Charmy que dirían los ingleses. Desde la imponente arquitectura victoriana que domina la
city hasta la escala más doméstica de las casitas de Coven Garden o Notting Hill, todo lleva a envolverte en una burbuja que traspasa el tiempo y te devuelve a otra época... una época en la que Mr. Darcy ha sustituido el té de las cinco por una pinta en un pub.
Y es que ese prototipo de
gentlemen que tan bien describió Jane Austen aún se puede ver en las calles de Londres. El
britishman por antonomasia, vestido con un abrigo de tres cuartos, guantes y bufanda perfectamente anudada al cuello, educado hasta decir basta y encantador, siempre encantador... Hasta el bombín, ese complemente masculino que yo creía ya formaba parte de las colecciones de los museos y de las películas de época, aún se puede ver en Londres... aunque quizá no sea tan habitual y sólo fue casualidad que los viera porque llegué un 5 de noviembre, día en el que los ingleses celebran no sólo la
Bonfire night (la noche de las hogueras, cuando se simula el arresto y la quema de Guy Fawkes, revolucionario que intentó dinamitar el parlamente inglés y que inspiró la serie de cómic
V for Vendetta) sino que también honran la memoria de todos aquellos soldados que perdieron su vida en algunas de las guerras en las que se vio envuelta su "graciosa majestad" desde la época de la reina Victoria.
Todo un alarde de virtuosismo unir ambos acontecimientos, todo hay que decirlo, pero un alarde muy elocuente de otra de las características de esta ciudad: la añoranza con la que sus habitantes se aferran al orgullo del imperio británico perdido. No sólo la rotunda arquitectura victoriana es un recuerdo constante del poder colonial que en su día ejercieron. Todos y cada uno de los monumentos y columnas de dimensiones imposibles al más puro estilo romano que decoran imponentes plazas y jardínes, así como los tesoros expoliados a las poblaciones dominadas que custodían sus excelentes museos, así lo atestiguan...
Old style,
pride... y quizá también algo de
prejudice... Volvemos a la misma historia... Volvemos a la literatura.
Y es que es imposible hablar de Londres y no hablar de literatura. Y, especialmente, es imposible no hacerlo sobre uno de sus géneros: el teatro. Conté quince teatros únicamente entre Picadilly Circus, Coven Garden y el Soho. Kevin Spacey, con
La herencia del viento; Keira Knightley, con
El misántropo; o Jude Law con
Hamlet, se atreven a enfrentarse cada noche con un público cuyos genes están ya trenzados con algún soneto de Shakespeare... Y eso es tener mucho valor... Junto a ellos, también el musical, en su espectacular renacimiento, domina la escena y las calles londinense...
Los miserables, El fantasma de la ópera, Chicago, Billy Elliot...
Es imposible no perderse entre tantas luces de neón, entre tanto bullicio, entre tanta magia, entre tanto gentleman encantador, entre tanta historia... Es imposible no quedar embelesada por esta ciudad. London, I love you.